domingo, 8 de marzo de 2009

Me he quedado sin hambre

Las 3 de la tarde, si comer, hora de pillar el tren para ir a trabajar. Como mi estomago se revuelve de vacio, antes de pisar la estación, me paro en donde los chinos para comprar algo y picar durante el trayecto, aunque no soy amiga de ir comiendo en el transporte público. A falta de bocadillos y sin que me apetezca nada de lo que hay en las estanterías ni en el frigo me hago con unas palmeritas para engañar al hambre... ahí llega el cercanías, subo, me siento, abro el paquete y me zampo una, me zampo otra, leo un titular del periódico, paramos en una estación, y cuando alargo la mano al bolso donde tengo guardado susodicho paquete, aparece por la puerta lateral una yonki, habitual en esta línea, más lastimosa que nunca, más delgada que siempre, más desnutrida que una vaca africana y con la cresta rapada, pidiendo dinero o algo para comer. Su tono de voz provoca aflicción, desconsuelo, soledad, desarraigo, malestar...estoy a punto de ofrecerle mi alimento pero los pensamientos se me van a las historias de gente "de la calle" que ha recibido comida y la ha tirado porque sin duda las pelas es lo que importa, se me piran también los recuerdos a una tarde en el centro de salud, yo en la silla de la sala de espera, ella de pie, desaliñada, un tanto ida, tocada por la droga, hablando al público en general, alterada, con la enfermera intentando que entre en razón...ya cuando vuelvo un poco al presente sus plegarias siguen ahí, y si cabe suenan más malsonantes, histriónicas e incómodas que antes, la chica ya gruñe porque no consigue lo que quiere, se pasea desenfranada a lo largo del pasillo, de una punta a la otra, finalmente se larga dando un portazo, inquietante, pero su fantasma flota en mi conciencia y el eco de su voz no se enfría, sigue por lo menos durante los 20 minutos que me separan de mi destino. Ya no quiero palmeritas, me he quedado sin hambre.

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